jueves, 30 de mayo de 2013

Algún despertar



Estaba lúcido, sabía de mi cuerpo, mis maneras. A la vez fluía el andar placentero de cálidas veredas por ser caminadas. La tarde relucía de un desconocido y oportuno aroma. Esa sensación de lo inesperado; me sentí  atónito. Cada cosa en derredor desprendía miradas inconclusas, de vértigo.  Sentí un vigor afianzado de memorias ya gastadas. Tuve que saltar por agravios de conciencias diminutas. Una desesperación cuya causalidad desplomaba el respirar compactando mi  visión a la pena de lo predecible. No fue fácil atestiguar el momento, pues, no lo sé bien, anochecía, pero las miradas se multiplicaban. Sentí  el cosquilleo  detrás,  en la piel, cada vez más previsto se volvía el no querer escapar. El vetusto refugio de lo que jamás tuve plena conciencia, vertiginosamente se encendía. ¿La incontrolable procesión de todo el exterior sabría la solución?
 Busqué entonces cada detalle, cada silueta debía ser inspeccionada.  Simplemente me aventuré. Recompuse la falta de ánimo sin dudar,  vislumbré las luces delante y por encima. Después de este despliegue irracional pero benefactor, todo comenzó a parpadear.  Como si cada partícula sollozara al no poder evitarlo. Pensé en  cada uno de los lazos que perdían color con la neblina. Como si el tiempo regresase para plasmar su identidad con fervor. Había algo que  anulaba al unísono mi clamor y la esperanza. Comencé a ayudarme con la ventisca que sopla sin acusaciones. Sabiendo que también secaba casi como un pañuelito imaginario cada cosa del universo que ya no me delataba. Entonces tomé conciencia de cuan simple es todo. Borré con cada mirada la suciedad de los caminos. El anhelo de recorrerlos me hizo sentir angustiosamente en soledad. Una vez más, todo comenzó a parpadear, y solo pude  abordarme en un mundo extraño que ya no conozco.

martes, 23 de abril de 2013


extremidades
desde nubes
pasajeras
como puentes
extraviados
 pisoteados
despiertos;
remolinos de un lejano vacilar
 calamidad inoportuna
vestidos y sangre
contaminan
venas
desde tu cuerpo
 regocijo
mi vehemencia
al roce
con tu brisa
la noche.

amarillo


y con bufandas o un golpe, a mi me queda un olor rico
porque cuando hace frío puedo taparme hasta arriba de todo
y si me duermo, quiero soñar, así cuando me despierto,
mientras te cuento en silencio las cosas que quiero,
vos me das un beso con sabor a algo dulce,
 yo no se si es la mañana, porque de noche también pasa,
 pero me gusta, porque los días tienen sabor y olor,
y muchos colores, infinitos colores, como nosotros.

¿Qué hubiese sido sin esos pasos hacia los ojos del presente?
 adjudicando así la extrañeza moral del momento sin escrúpulos
con uno o dos vasos, quizá varios tragos de alguna noche en persistencia absoluta, pero vivaz
volaban los pensamientos, luz trémula- miradas, de suavidad y algo más sin acudir al tacto
sapientes las formas del viento tras tu espalda, frente a todos y a nadie
crujiendo en los intersticios de las veredas la solemne manera, el canto y la belleza de un futuro inmediato
solo un rato más, el tiempo que ya no es tiempo, sino el fluir de sus sonrisas.

El mantel de colores recorre el borde de la niebla


Mientras
 las gotas se buscan
las niñas siguen corriendo
apretujadas
sobre esos hilos
tropezando de fantasía
 dibujan cielos
cuando la flor pueda entrar
por esa ventana
que solo esconde
un trozo de sus
pequeños y fuertes
pasos
 el delirio
que la noche sigue soñando
despertará
y así
quizá
la mañana
se encuentre infinita.
Salimos del montón de polvo,
como tantas otras hojas vestidas de verde mar.
Cenizas de gris cielo tu cuerpo forzosamente rojo,  lentamente se floreaba,
el sueño del suave desierto en una realidad y llamas.
Precedía el tiritar de dulces suspiros, que bien lo hacía
 Todas esas como pintadas líneas, de pronto;
y los colores de tu belleza se desdibujaban cuando escapabas del único sol.
Podían brillar los montes en el diluvio de tontas miradas
y volcábamos de una buena vez la sal en algún cementerio de amor.